Trainspotting 2: chute de nostalgia y poca cosa más

Con más de medio año de retraso ayer vi Trainspotting 2 pues ahora que ya vislumbró la recta final de este año quiero ponerme al día con aquellos films estrenados pero no visionados. Y tras verla me sacude la misma sensación que hace un mes cuando vi Blade Runner 2 : la sensación de comerte un bol de palomitas, gustosas y agradables, eso sí, pero que nada tienen que ver con el original, con ese plato elaborado por un chef-director con amor por los fogones-secuencia de esos que te marcan de por vida como las muescas en el fusil de John Wayne. Una cosa son las golosinas y otra el arte cine-culinario.

Si Trainspotting se convirtió hace 20 años en eso que se llama película de culto -y de masas- retratando como nunca el cambio generacional, ayer me zampé la azucarada golosina. En la trama, veinte años después Mark Renton  -Ewan McGregor- regresa a su Edimburgo natal para reencontrarse con Spud y Sick Boy a los que dejó tirados al huir de Escocia con las 16 mil libras de su último palo. Vuelven a encontrarse peinando canas y cuitas pendientes, dando razón a la predicción de Renton que en la primera sentenció en una secuencia  con aquella frase lapidaria de "dentro de mil años no habrá tíos ni tías, solo gilipollas".

Pues bien, no ha hecho falta esperar mil años, veinte años después ahí los tienes. El trío -o cuarteto si contamos también al sanguinario Francis- de gilipollas.

 La secuela  no tiene mucho que aportar, todas las escenas tienen referentes de la primera, nostalgia mal llevada, originalidad no adquirida, trama absurda y mal resuelta. Y el autor, Danny Boyle, parece que así lo ha querido, no sé si por pereza o por deseo, me deja indiferente. Si Trainspotting 1 recogía las ganas de comerse el mundo de unos  jóvenes como alternativa a una vida de mierda, en la segunda refleja a esos mismos jóvenes, ya maduros y acabados, a los que la vida se los ha zampado y no ellos a la vida.

Si en la primera asistimos a la mítica huida escatológica por el water empujados por el chute de caballo como píldora de felicidad, escapando de esa alternativa que el personaje de Renton resumió en aquella frase de "elige una vida, un empleo, una carrera, elige una familia, un televisor  grande que te cagas..."
En la segunda el personaje de McGregor nos aporta su nueva visión de estos tiempos tras más de media vida consumida,  para mi la mejor secuencia de esta secuela.

Conversando con la chica de Sick Boy, la sugerente actriz bulgara Angela Nedyalkova, Renton nos deja esta perla. Una de las pocas, merece la pena verla de nuevo.




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