Lance Armstrong: un yonqui de EPO que pedaleaba

15 de julio de 2005, sumido en un calor sofocante de mediodía sureño francés, entre cantos de cigarras y efectos acogedores de un bien servido pastis 51, me dispongo a asistir por primera vez en mi vida a una etapa del Tour de France.

Veraneo en casa de mis tíos y ese día la etapa Miramas- Montpellier pasa por Uzès, el bello pueblo medieval de mis familiares. Nos colocamos en una recta con ligera subida a propuesta de mi tío Daniel, veterano aficionado del ciclismo, pues ello aconseja, me permitirá mejorar mis disparos fotográficos al ralentizarse la velocidad del pelotón. Mi principal objetivo es el de conseguir una foto de Lance Armstrong, el hasta el momento hexacampeón del Tour -palmares al que añadió también ese Tour de 2005-. Pero también deseaba conseguir la foto de un desconocido Alejandro Valverde, el cual, en su debut, había ganado días antes la etapa en la subida al mítico Courchevel por delante de un asombrado Armstrong.

Un gentío de turistas y lugareños abarrotan los margenes de la ruta. Durante casi 40 minutos pasa una infinita caravana de patrocinadores, organización, soporte técnico, marcas y anunciantes. Motos, coches, más motos y más coches. Ruidos de motores, zumbido de vehículos, sonido de claxons, festival de colores.

 De pronto aparece un ciclista en solitario embutido en maillot blanco y azul. Me desconcierta que no tenga escolta audiovisual ni moto policial. En la radio decían que no había escapados y que el pelotón circulaba sin fisuras en una etapa llana, típica de transición tras unos días de desgaste en los temibles Alpes.

Aun así vacío mi cargador fotográfico en aquel ciclista  hasta que le pierdo el rastro en el horizonte justo llegando a La Explanade del pueblo. Los turistas belgas, suizos y alemanes aplauden mientras los franceses de la tierra continúan impasibles charlando gaulloises en boca. Ello me desconcierta hasta que mi tío me saca de dudas: el ciclista no es otro que el señor Chapon, un enfermo del cercano hospital psiquiátrico Mas Carreiron,  al que siempre que discurre una prueba ciclista, le dejan sentirse un Bernard Hinault por un día  Estoy seguro que esos minutos de pedaleo por su ciudad simulando ser un escapado del Tour, con los vítores y aplausos del gentío inexperto,  le debieron  ayudar en su tratamiento muchísimo más que un millón de pastillas químicas.

Tras la falsa pero entrañable alarma, por fin aparece el pelotón en la carretera previa  una escuadra de policías motorizados con sus sirenas y luces azules dando un toque solemne al acto deportivo. Justo en ese momento me entero por el transistor que Valverde ha puesto pie en tierra, ¡a menos de 500 metros de mi posición!. Mi gozo en un pozo, pero aún me queda hacer la foto al gran líder, al superhombre, a la maquina humana de Texas.

Pasan a una velocidad que no permite casi ni guardar nada en mi retina aunque la cámara hará el trabajo por mi, pues luego descubriré  que en la foto nº 32 me aparecerá un Lance con su maillot amarillo por el exterior seguido de Ivan Basso.



Esta foto que ves arriba, me ha acompañado estos años y siempre ha tenido un lugar importante en mi memoria.
Esta tarde, os confieso, acabo de quemar la foto, no sin antes insertarla en esta entrada gracias a la digitalización. Y he esperado hasta conocer hoy el veredicto de la UCI  que despoja al americano de los 7 títulos de la ronda francesa. Lo sabíamos y lo temíamos tras el veredicto hace unos días de la Agencia Estadounidense de control antidopaje, pero hoy ya es una realidad.

Porque hoy, cuando observaba esa foto que acabo de quemar,  veía a un yonqui mentiroso que gracias a la EPO, a médicos sin escrúpulos y a jefes de equipo sucios, consiguió convertirse en un superhombre dentro del deporte más sufrido que existe en el planeta Tierra. Un hombre, con el añadido, de habernos engañado al creer en la superación sobrehumana de un deportista que había padecido un cáncer testicular.
Y son estos malnacidos los que se están cargando uno de los deportes más bonitos que existen impregnándolo de desconfianza cual metástasis deportiva.

Hoy he cambiado la foto de Lance por la foto de aquel enfermo psiquiátrico que fue feliz por unos minutos en su vida  aquel 15 de julio de 2005 en una etapa del Tour en las calles de Uzès.
Ese pobre "loco", sí que merece mi admiración y  guardar su foto como ejemplo en la vida.

Espero y deseo que no metan en un futuro en el mismo saco a Miguel Indurain. Destronado el tejano y en espera del recorrido, ahora manchado, del fenómeno Contador, Miguelón es de nuevo el más grande con sus cinco consecutivos.
En 1994 en una contrarreloj del Tour en Bergerac, edición que después se adjudicó el navarro y que sería a la postre su cuarto Tour,   Indurain superó como una bala a  un Armstrong que había salido muy  por delante.

 Esa imagen, esta tarde, vale más que mil palabras.

                      
                      Tour 1994, Indurain supera como una bala a Armstrong en la contrarreloj

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