75 años del fin de la mayor pesadilla

El 1 de abril de 1939, hace hoy 75 años, el locutor Fernando Fernández de Córdoba leía el último parte de la Guerra Civil Española -ver vídeo- hecho que es considerado como el momento final de la cainita contienda. Pasaban unos segundos de las diez y media de la noche cuando daba lectura desde el estudio central de Radio Nacional sita en el Paseo del Espolón burgalés, al texto escrito y firmado por Franco en el cercano Palacio de la Isla, sede del Gobierno franquista durante la guerra.

Una guerra es casi lo peor que le puede suceder a una sociedad, y digo casi, porque una guerra civil estoy seguro que es lo peor. Matarse entre hermanos, entre familiares, entre amigos, entre vecinos, entre compatriotas, genera un odio imposible de contener y superar, más que que con la paciencia del tiempo pasado y la desaparición de las generaciones implicadas.  Quizá una parte de nuestra confianza como sociedad murió para siempre con aquella guerra cruel y aunque hayan pasado 75 años, las heridas no están totalmente curadas como lo demuestra  la vergonzosa homilía ayer del cardenal Rouco Varela en la misa por Adolfo Suárez, o las trabas para facilitar a los familiares un normal proceso de identificación y exhumación de sus seres queridos desparecidos en el bando perdedor.

Escribo este post recostado en el monumento a la Fraternidad, en el recinto del Fórum de Barcelona, sobre la tierra del enclave llamado antes Camp de la Bota, espacio de soledad en el extrarradio de una gran ciudad que desaparecía para convertirse en la nada. Lugar donde 1734 personas fueron fusiladas durante y después de la contienda.

 Observo el largo monolito iluminado por el sol de primavera, monumento obra del valenciano Miquel Navarro, con un bloque granítico a sus pies en el que hay esculpido un poema de Màrius Torres, joven poeta muerto por enfermedad tras la Guerra. Leo mentalmente el poema "Que en els meus anys de joia recomenci sense esborrar cap cicatriu de l´esperit. O Pare de la nit, del mar i del silenci, jo vull la pau però no vull l´oblit". La última parte del verso se repite en mi cabeza: quiero la paz pero no quiero el olvido, que me conduce al silencio durante unos minutos. Con un pensamiento por ese millón de muertos que se calcula que la Guerra Civil y sus consecuencias devastadoras provocaron. Un pensamiento porque nunca más un locutor con voz impostada nos lea un parte de guerra ni aunque sea el último. Un pensamiento por no olvidar, precisamente para evitar que se repita lo más cruel del ser humano.

 Con una sensación difícil de explicar, entre paz y melancolía, me alejo del monumento bajando por delante del edificio del Fórum. A escasos metros del lugar en el que miles de personas dejaron este mundo porque otros seres humanos lo quisieron, unos niños de primaria revolotean alegres y ajenos en un parque infantil de enfrente. El querer la paz pero no el olvido, como decía el poeta, les permitirá cuando sean adultos conocer hasta donde puede llegar la maldad entre los hombres. Una buena forma para no bajar nunca la guardia.


Lectura último bando de la Guerra Civil

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