Rescatado vivo del fondo del Atlántico

Imagina por un momento la siguiente situación: viajas en un carguero por mitad del Atlántico. La mayor parte del personal duerme a esas horas en un silencio roto por el sonido de las máquinas y el golpe de las olas. Son las 3 de la madrugada, te has despertado y vas al baño. De pronto ese silencio nocturno se altera por un fuerte crujido, lo oyes sentado en la taza del retrete al tiempo que el barco se tambalea. Atónito, como marinero experto, sabes que ese movimiento no es nada bueno. Sales fuera del baño, aterrado, la adrenalina disparada y te das cuenta, ahora sí, que el barco se hunde, ya no son sospechas más cuando el agua comienza a entrar a borbotones.

Entras en un estado de pánico, corres desesperadamente por el pasillo buscando una escotilla de agua que salve tu vida pero la corriente te alcanza  traicionera por detrás arrastrándote violentamente y conduciéndote en dolorosos golpes contra las paredes hacía otro baño. Estás aturdido, asustado, tienes mucho frío. La boca salada del agua de mar ingerida te sabe ahora a veneno. Allí, a oscuras, te quedas inmóvil, aferrado a una puerta cerca de la cabina de los oficiales, sintiendo como el barco sigue hundiéndose entre fuertes crujidos. Finalmente llega el silencio, el barco ha tocado con el fondo del océano reposando inmóvil bocabajo. Paralizado por el miedo ya sólo te queda esperar la muerte en silencio; piensas en qué se sentirá cuando te falte le aire, cuando el agua te cubra totalmente y la vida se te apague. Deseas que sea lo más rápido posible. Recuerdos de toda tu vida pasan por tu mente en segundos. Visualizas a tus seres queridos experimentando una mezcla de pena y miedo. Piensas en sí habrá vida después de la muerte.

Sin embargo, para tu sorpresa, no entra más agua en la cámara. Una inmensa bolsa de aire se ha creado en la estancia  lo que te permite poder seguir respirando, piensas en un milagro, ahora sí crees en Dios.
Así, a oscuras, con la mitad de tu cuerpo desnudo bajo el agua, atenazado por el frío del Atlántico, te quedarás inmóvil, oliendo a salitre y combustible en el fondo del mar. Pasaras 2 días en el infierno hasta que la mano de un buzo te rescatará. La mano salvadora que te sacará del abismo y te llevará a una cámara de descompresión para que puedas emerger a la vida.

Este relato recoge lo que debió sentir Harrison Okene, el cocinero nigeriano de un carguero milagrosamente rescatado vivo tras pasar por esta experiencia en la que murieron todos sus compañeros. En el vídeo que inserto  vemos el momento en el que los buzos encuentran al marinero. La expresión de su cara al ver el brazo del rescatador lo dice todo. La expresión de un ser humano que retorna del mundo de los muertos.

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