Experiencia friki con un taxista pakistaní en Barcelona

Barcelona, 18:05 pm, cerca de la Rambla del Poblenou, por razones ajenas a mi persona, me veo obligado a pillar un taxi. Desde 2005 que no entraba en un taxi, pues fiel a mi sentido practico de la vida, no suelo utilizar servicios que signifiquen literalmente un sablazo a mis menguantes bolsillos y a mi. d.c.a. (dignidad de ciudadano antiestafa).

Entro en el taxi, un Seat Altea, y el taxista me pregunta en inglés a dónde voy. Se gira y creo atisbar por un segundo a Peter Sellers en aquella memorable comedia de El Guateque. Sonrisa profident, piel tostada y vestido con el traje típico -ataviado con el shalwar kameez y sandalias-

Le respondo al taxista en perfecto castellano que deseo ir a la Avenida Icaria. Parece entenderme, pero me vuelve a preguntar por el sitio en cuestión. Conecta su gps e inicia la travesía. Huelo a un ligero aroma de curry proviniente de sus ropajes.

No cruzamos ninguna palabra pues entiendo que el señor taxista de castellano lo justito -de catalán  lo inexistente- Pienso que si le pregunto por Cervantes o Rajoy seguro que me conecta otra vez el gps, me callo pues. De buen seguro será el asalariado de algún paki bien situado -o bien arrimado al dinero sucio- que compró la licencia a un jubileta. El taxista jubilado marchó pal pueblo cargadito de millones y en la ciudad el número de licencias siguió in crescendo.

Ahora dicen los señores del taxi que sobran centenares de licencias, miles incluso; se quejan que la crisis pasa factura, que han de hacer 12 horas para sacar la mitad de antes, que si patatín que si patatán.
Se olvidan en añadir que para que los jubiletas del taxi tuviesen un retiro dorado en el pueblo, se sacrificaron principios como el de vender una licencia al mejor postor sin estudiar sí esto era llevarlos al suicidio.
Lo normal en un colectivo más practico habría sido seguir la ecuación de a taxista jubilado licencia finiquitada. Y les iría mejor seguro. Pero ahora los pakis hacen turnos full time en un coche que acaba más reventado que un fumeta obeso participando en la Ironman.

¡Pero si incluso se está creando una asociación de taxistas pakistaníes cuya primera acción, leo, será la de informar a sus asociados que en Barcelona tiene prioridad ante un cliente en la calle el taxi que precede!

Mi taxista se ha pasado de calle, el gps le indicaba una calle sin salida pues esa calle está en obras desde hace meses. Lo sabe todo el mundo menos él que llegó a Europa hace menos de 1 año.

Aprovecho cuando recula para intentar darle conversación. Le pregunto por esa niña con síndrome de Down, de Rawalpindi, la niña que quemó accidentalmente unas páginas del Corán y por ello pudré sus huesitos en una cárcel con otros mozalbetes que podrían ser muchos su padre. No me contesta. Ignoro si es que no entiende ni hostia o que pasapalabra.


Se llama Rimsha Masih, está encarcelada en Pakistán y le espera otra noche oscura de pesadillas. Su delito es ser hija de una familia cristiana en un país intolerante en el que los 4 millones de cristianos, diluidos en un país de 180 millones de mayoría musulmana, son menospreciados y ultrajados.

Llego a destino. El Seat Altea se aleja  por la Vila Olímpica coducido por el taxista mudo. Tengo la sensación de haber retornado de Islamabad tras un largo período.

Mientras camino hacia mi casa pienso en la experiencia. ¿Será un ejemplo más de la inevitable globalización o por el contrario otra consecuencia de la gilipollez suprema de nuestros gobernantes con tics de buenismo suicida, el mismo que se echa en falta en Pakistán con la minoría cristiana?

El futuro taxi driver català
                                                         

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